domingo, 23 de noviembre de 2008

Un poco de educación...


Hablando sobre la implantación inminente del modelo que propone el Tratado de Bolonia, me he estado informando sobre sus implicaciones. Lo que más me ha llamado la atención, es que este tratado se firmó en 1999. En aquel año, ya se sabía que el nuevo plan intentaba fomentar la competencia entre universidades para atraer alumnos. Ya se sabía que las carreras dejarían de contar con la financiación del Estado y empezarían a ser pagadas totalmente por los alumnos. También se sabía que la exigencia y la dedicación tendrían que ser cada vez mayores tanto para alumnos como para profesores. Sin embargo, ¿qué hemos hecho para prepararnos?

En estos nueve años, hemos aprobado la L.O.C.E. (2002) y la L.O.E. (2005). En ambas sigue reinando la ley del mínimo esfuerzo y la decisión de premiar la vagancia. La única diferencia notable es la tan comentada reválida, que no tuvo una gran acogida. El mayor crimen de este sistema educativo sigue siendo la etapa de la E.S.O., en dicha etapa se junta un aumento progresivo de adolescentes consentidos con una pérdida total de la autoridad del profesor y lógicamente de su motivación.

Empecemos por los profesores, los tenemos enterrados en papeles que tienen que cubrir para justificar hasta el último punto ante los padres de sus alumnos. Día a día tienen que enfrentarse a clases llenas de un nuevo modelo de niños que dominan el uso del " mis padres me dejan hacer lo que quiera, así que no puedes decirme nada". Lo peor llega con las visitas de los padres en cuestión, en las que compruebas con horror que efectivamente el niño tenía razón. Estos padres, que renunciaron al cargo desde el primer día, están esperando que el resto del mundo se ocupe de la parte mala de tener hijos, educarlos. Limpian su conciencia dando voces a los que gastan su tiempo intentando enseñarles algo, tampoco mucho porque ese no es el objetivo de nuestra educación.

Pasemos ahora a los alumnos. Pongámonos en la piel de un alumno que por cualquier motivo quiere estudiar y aprender (son cada vez menos) pero, afortunadamente, aún quedan. Este niño, se encuentra con un sistema en el que se busca el mayor número de aprobados posible sin tener en cuenta los conocimientos. Para esto se idean parámetros como los 'procedimientos' o el 'comportamiento'. En algunos casos con estas artimañas puedes alcanzar un total de seis puntos sobre los diez de la asignatura. Aquí se recogen cosas como la presentación de una libreta (el contenido no, porque entonces te vale más no mirarla), que esté lo más completa posible, que tenga colores y dibujos... A nadie le importa si la copiaste la tarde antes de entregarla o si lo que tienes escrito es motivo suficiente para suspenderte, la cosa es justificar los puntos. En cuanto al comportamiento en clase suele usarse como excusa para redondear o maquillar las notas. Ante esto, el alumno del que hablábamos llevará su libreta al día e intentará que le sirva para preparar los exámenes de la asignatura. Se comportará de la forma más correcta posible en clase y prestará atención al profesor. A su alrededor estará viendo a compañeros mandando mensajes por el móvil, leyendo una revista o hablando de cualquier programa de televisión. Además de no recibir, salvo excepciones, una felicitación por su dedicación, se encontrará con profesores deseosos de subir las notas todo lo creíble para aumentar el número de aprobados, pero reticentes a la hora de subirle a él del notable al sobresaliente o del sobresaliente a la matrícula, porque eso "hay que ganárselo".

En cuanto a los padres, son la puntilla del sistema. En su afán de proteger a sus polluelos, lograron un peso inmerecido con la aparición de las APAS. Resulta que por ser el padre del alumno, tienen derecho a decirle a un profesor cómo hacer su trabajo. No se conforman sólo con eso claro, también impusieron que a los niños no se les puede reñir, ni exigir cualquier clase de esfuerzo, ni traumatizarlos con las notas, ni nada que tenga que ver con educarlos. Nadie se plantea decirle a un arquitecto como diseñar un edificio alegando que vamos a vivir en él, ni a un médico como debe hacer un diagnóstico por ser padres de su paciente. Sin embargo, en la educación se cometió ese error y ahora lo estamos pagando. Pusimos en manos de los mismos padres, que piden la eliminación de las vacaciones porque no aguantan a los hijos que criaron en casa, parte de la dirección de los colegios. En una página en la que explicaba el funcionamiento de estas entidades encontré la siguiente definición de lo que se entiende por 'participar' en la educación:

"En la Educación, participar supone, entre otras cosas:

> Intervenir en la elaboración del proyecto educativo de la escuela.
> Mantener estrecho contacto con el profesorado.
> Intercambiar ideas y experiencias y buscar juntos soluciones a los problemas que se planteen, tanto los referentes a nuestros hijos como al centro en
general. "


Con este panorama educativo, queremos imponer un modelo universitario orientado a Europa, en el que los alumnos tienen que pagar la totalidad de los estudios y por tanto valorarlos. ¿Pero los hemos enseñado a valorar su título y a verlo como algo por lo que merezca la pena sacrificarse? Estamos hablando de los mismos niños que hasta ahora no tuvieron que mover un dedo para conseguir todo lo que querían y que por lo general nunca tuvieron que luchar por algo. Ahora llegan a una universidad que está mirando a Europa, en la que un castellano correcto tiene que ser fundamental, cuando hasta ahora en la mayoría del país el peso de la asignatura de lengua es cada vez menor y en algunas comunidades es el enemigo fundamental.

¿No habría sido más sencillo empezar la casa por los cimientos y no diseñando un bonito pero inservible tejado? Tuvimos nueve años para enfocar a esas nuevas generaciones ya no sólo en un plan de estudios más sensato, sino en una forma diferente de afrontar la vida. Hasta ahora nos basamos en mantener a los jóvenes entre algodones hasta que de repente se empiezan a llevar todos los palos a la vez y no saben ni por dónde les vienen ni cómo protegerse. Con nueve años tuvimos margen más que suficiente para cambiar los seis últimos de enseñanza y lograr que los primeros en afrontar el modelo de Bolonia lo hicieran con ilusión y optimismo porque les toca una universidad mejor y no con miedo o desesperación porque les queda grande. Este modelo exige que el alumno tenga muy claro que estudiar no es algo agradable, que hay mil excusas para dejarlo para el día siguiente. Tiene que ver que está condicionando lo que va a ser el resto de su vida y eso es algo por lo que merece la pena pelear. El problema es que en inculcar esa idea intervenimos todos y en este país caminamos en sentido contrario desde hace años.

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